IMG-20160203-WA0018El lenguaje es un recurso masivo en las Compañías. Bien pergeñado es síntoma de vitalidad; su ausencia, es decir, el silencio, nos habla de una empresa abandonada; y su abuso, el ruido, vaticina lo peor.

«El tráfico de palabras en una empresa es ilimitado, infinito. Se podrá acabar el cartucho de tóner, la luz, el agua, el gas, la gasolina, el dinero, las ideas, las pilas y las ganas pero las palabras abundan y rebosan cualquier espacio organizacional, donde el éxito siempre está atado inconscientemente a la habilidad y destreza con las que el lenguaje ordena y construye esa realidad a través de las personas, depositarios del honor invalorable de usarlo con mesura, claridad y gracia. El lenguaje es un recurso masivo en las Compañías. Bien pergeñado es síntoma de vitalidad; su ausencia, es decir, el silencio, nos habla de una empresa abandonada; y su abuso, el ruido, vaticina lo peor.»

Así comienza el capítulo «Rebelión en la lengua» de mi libro «LAS MALAS COMPAÑÍAS: experiencias de (des)aprendizaje en las (des)organizaciones«, capítulo en el que abordo el papel que el lenguaje cumple en la productividad de las empresas y en la eficiencia de las organizaciones en general.

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En las últimas décadas, una serie de términos gozan de un protagonismo inusitado en el mundo de las organizaciones. Liderazgo, talento, valores, compromiso son algunas de las 100 palabras que componen lo que doy en llamar el «bocabulario» organizacional, es decir, el bulario que inunda la boca de los profesionales. Palabras como mejorar, resilencia, motivación, progreso, coaching, innovación, sostenible, superar,  integridad, e incluso ética, inundan las conversaciones profesionales, decoran los proyectos y amenizan las presentaciones.

Se les ha perdido el respeto a las palabras de tanto usarlas. Ya no son lo que son, sino lo que queremos que sean. Y a veces el resultado es descorazonador. ¿Se han preguntado cómo es posible que se le llame líder a cualquier baldragas, que se le atribuya talento al pusilánime del área, que el compromiso consista en obedecer, etc.? Y más importante todavía, ¿Es posible que aceptemos sin rechistar que muchas Compañías con una ética más que dudosa se hayan apropiado de conceptos y palabras tan necesarias para el progreso de una sociedad y no sólo para su productividad y negocio?

Cada día es mayor el impudor y falta de delicadeza con el que son utilizadas muchas de estas palabras sometidas a dolorosas torturas y manipulaciones, lo que me ha permitido descubrir con asombro las secuelas que las palabras altisonantes padecen cuando pisan suelo organizacional. Maltratar a las palabras no sale gratis: tarde o temprano afecta a las personas y, en consecuencia, a las organizaciones y a sus resultados.

Si las palabras tuvieran vida propia, hace ya un tiempo que hubieran huido del maltrato al que son sometidas en las organizaciones.

Finalizo con un extracto de mi libro: «Sugiero que no desatiendan el lenguaje. Es un recurso muy preciado para una organización como lo es el agua para la vida. No malgasten las palabras inútilmente, acótenlas, mancomunen su significado. Es un ejercicio sencillo aunque parezca infantil, pero nada es más infantil, y arriesgado, que ignorar su necesidad. Elaboren un pequeño diccionario de términos de negocio donde se definan de manera meridiana aquellas palabras que se convierten en los motores de las decisiones, de las acciones y de los resultados, y háganlo con el mimo con el que la naturaleza diseña los caudales más propicios para aprovechar hasta la última gota del agua del río de la vida (y olé!)