Cuando escribes resulta sorprendente la distancia entre tu intención comunicativa y los efectos suscitados en el lector: Lo que esperas que barra, pasa desapercibido; lo que ni recuerdas haber escrito, suscita los más airados comentarios; te felicitan por algo que no has escrito, pero que el lector así lo ha interpretado, y pocos parecen reparar en lo que para ti era la esencia del artículo. Mira que es jodida la comunicación. Y lo mismo ocurre en las empresas: por mucho que afines en lo que informas, vaya uno a saber lo que el otro entiende.

He rastreado textos anteriores y he decidido cerrar esta primera fase de colaboración extrayendo de ellos algunas ideas a modo de manifiesto pesimista de un optimista.

La vida: La célula ha dejado de ser propietaria exclusiva de la vida, dejando vía libre a la tecnología para suplantarla. Si alguien piensa que esto no afecta al trabajo que levante el dedo.

El trabajo: hace años que ha comenzado el declive del trabajo como modelo predominante de intercambio entre el individuo y la sociedad. Si alguien tiene solución a esto, que avise.

La automatización: Nuestro empeño por sustituir a las personas por máquinas nos está llevando, paradójicamente, a culminar el traspaso de la inteligencia desde las personas a las cosas. Si alguien tiene todavía un poco de inteligencia, que la conserve.

La frivolización de la realidad en las organizaciones: la verdad objetiva, es decir, lo que realmente ocurre, ha sido sustituida en las empresas por la verdad terapéutica, aquello que necesita escuchar para mejorar. A esto se le llama parchear. Si estás pensando en emprender, monta un servicio online de parches.

La productividad: la mejor manera de entender la baja productividad en las empresas españolas no es viendo lo que ocurre en ellas sino viendo precisamente todo lo que NO ocurre en ellas. Eso que falta, eso que no se da, eso es precisamente lo que necesitan las empresas. Que cada una empiece a analizar lo ausente de su propia empresa, y a trabajar en ello.

Los procesos de recursos humanos: si hay algo que es inevitable en las empresas es que haya gente dentro. Y lo paradójico es que si las personas están sí o sí en ellas, cómo es posible que todos los procesos que les atañen (formación, gestión, del rendimiento, desarrollo profesional, retribución, selección, comunicación, etc.) presenten tan escaso grado de madurez y efectividad.

El Lenguaje: el lenguaje en las organizaciones es tan perverso como lo es todavía ahora el lenguaje coloquial y discriminatorio hacia la mujer. La pobreza del lenguaje en las organizaciones debería preocuparnos como nos preocupa cada día más el lenguaje de la política.

El liderazgo: esta es una de las palabras más perversas en el diccionario actual de las organizaciones. La adoración por este concepto asusta cuando ves que se utiliza como si fuera agua bendita. Puedes liderar los más perversos objetivos en la empresa y salir condecorado en Linkedin. Qué triste.

El talento: esta es otra palabra maltratada en las organizaciones. Las empresas necesitan personas con valía, que sean válidos para sus propósitos. El talento y la ética van juntos; no así la valía, que se alía con el mejor postor.

De la (de)formación en las empresas: cuando una organización proporciona a sus empleados oportunidades y experiencias para aprender fuera del formato formativo, está en el buen camino.

Las responsabilidades: dejemos de hablar de tareas, funciones o actividades y hablemos de responsabilidades en las organizaciones. No cosifiquemos a la gente porque nos saldrá caro. E incluyamos en ese concepto de responsabilidad lo que hasta ahora se ha reducido a mera habilidad o competencia: el trabajo en equipo, el liderazgo, la orientación a la solución, la innovación, etc.

Autocrítica: cualquier mejora en una organización es mucho más efectiva y rápida si cada cual se centra en sus propias oportunidades de mejora en vez de andar exigiendo a los demás que cambien y mejoren mientras nosotros nos quedamos tan campantes veraneando por ahí.

La sonrisa: eso que uno no debe perder ni dejar que se lo arrebaten. Con este gesto en mi cara me despido hasta la próxima.