20160321_125215Las decisiones más importantes en las organizaciones se dan en lugares inopinados, momentos imprevisibles, horario impropio o en compañía de seres inauditos. La cosa es lanzar el zarpazo y apropiarse de los instantes que el azar ilumina y ¡zas!, ¡toma decisión al canto!

Esto es así. Ya podemos poner la tecnología punta al servicio del confort profesional, o acometer grandes inversiones en eficiencia arquitectónica en aras de una optimización de los espacios de trabajo, o aplicar las nuevas tendencias en cromoterapia, domótica y ergonomía para el acondicionamiento efectivo de las salas de reuniones, que nunca he visto tomar una decisión de calado en tan engalanados aposentos. Y cuando digo de calado me refiero a resoluciones de empaque, firmes, duraderas, de aúpa. No importa en principio su grado de acierto o desacierto, pero para ser de calado deben de mostrar enjundia. No exhiben lacrado oficial pero arrasan con cualquier otra decisión pomposa. Que estas decisiones sobrevengan a deshoras eludiendo los espacios solemnes significa que llegan como quieren, donde quieren, con quien quieren y a su ritmo, como los adolescentes.

En este gráfico se ilustran los diez espacios más habituales donde tomamos decisiones, o al menos las pergeñamos. Les invito a que calculen el porcentaje de veces que las decisiones les sobrevienen en uno u otro espacio:

20160321_125215A esta decena de lugares se suma el footing, que se ha convertido en el generador de decisiones e ideas más barato y sano del mundo. Ninguna tecnología supera en efectividad a dos pies avanzando a un ritmo apropiado por cualquier rincón del mundo al aire libre.

Si muchas decisiones o ideas se gestan en lugares insospechados como restaurantes, coches, pasillos y baños, no significa que debamos acondicionar esos espacios con todo el arsenal propio de los formalmente creados para esas grandes decisiones, o inundar de baños, bares, pasillos y coches el interior de la empresa, pero nos advierte de que los momentos más importantes de un profesional ocurren de manera inesperada, no planificada. Por eso es importante que pensemos en cómo se desencadenan esos procesos de decisión y, al menos así, predisponemos a los protagonistas a que la ocurrencia sea de lo más oportuna y beneficiosa para la empresa, se diere donde se diere.

Alguien pudiera creer que mi posición es contraria a este tipo de ocurrencias, o que abogase por una empresa libre de imprevistos, y nada más lejos de la realidad. Y es aquí donde entran en juego lo que doy en llamar, en mi libro «las malas compañías», empresas genuinas.

Una empresa genuina es una organización armada de valores, construida desde la convicción de que las personas que la integran desbordan en inteligencia, capacidad, recursos y autonomía (sin ser demasiado crédulos, tampoco hay que pasarse), donde la autoridad es la manera de distribuir las decisiones y no las buenas ideas, de atribuir las responsabilidades y no las soluciones, donde los procesos de recursos humanos presentan un cuidado del lenguaje, una distribución valiente de las responsabilidades, una aceptación de que las ideas no tienen copyright, donde el talento se presiente en casi todos ellos si lo entendemos como la capacidad de mejorar y dar lo mejor, y donde la gestión está basada en la confianza reduciendo burocracia, controles y pasos fronterizos.

Cuando una empresa construye con naturalidad un entorno de trabajo donde lo formal y lo informal son parte de una misma realidad igualmente productiva y eficiente, es ahí donde lo inesperado se espera como agua de mayo. Una caída en ventas, un plan que no funciona, un área estancada, una presión del número, un mal día, son aspectos para los que las empresas genuinas presentan una profesionalidad singular. Una empresa donde está clara la estrategia y se trabaja bajo un modelo de confianza tiene a la mayoría de los profesionales trabajando en lo formal y en lo informal sin descanso y sin cansarse. Si el trabajo tiene espacio para la creatividad, los empleados se sienten parte de la obra erigida. Lo inesperado se convierte, así, en un reto para mejorar y cualquiera de los diez lugares indicados son parte de la vida profesional.

Las organizaciones genuinas tienen la gran virtud de conciliarse con el lenguaje, con las personas y con los propósitos, lo que desencadena una manera eficaz de gestionar los éxitos y los fracasos, los aciertos y los errores. Y es ahí cuando lo inesperado se espera como agua de mayo.

Cuanto más preparado se está ante lo inesperado más probabilidades hay de que aquello que venga lo haga en beneficio de la organización. Al menos, de las organizaciones genuinas.