_MG_0071El mundo global tiene un rasgo que cuanto menos asombra: la complejidad uniforme. Todo más difícil pero igual, todo a lo grande pero idéntico. Este mundo global que todos estamos construyendo por medio de un auzolan mastodóntico, inconsciente y autogestionado, es paradójicamente un mundo para el que nadie está preparado, pero ahí estamos todos echando una mano con un entusiasmo que asombra.

Y esta carrera loca tratamos de domesticarla con la irrupción de algunos conceptos que, como todo lo que se inventa, no sabemos usar correctamente hasta pasado un tiempo. Y es que, si bien la innovación tecnológica, exponencial y frenética, se retroalimenta de sus inventos precedentes, la capacidad humana de aprehender sus propias creaciones lingüísticas se sustenta en el desvencijado y ancestral arsenal biológico, que tiene velocidad de tortuga.

Necesitamos el lenguaje para comprender la sociedad global. Nos ofrece terminología que evita que nos perdamos en ese vasto mundo interconectado, uniforme y veloz. Los conceptos nuevos son como posadas para descansar, retomar el aliento y mirar al mundo con la ayuda de esa nueva terminología que ya nunca nos abandonará. Uno de esos conceptos es el de la transparencia.

La transparencia es una reivindicación políticamente correcta. Sin embargo, es un concepto aberrante si no se usa con mesura. Si no delimitamos su ambición semántica y desbocamos su significado, descalabramos la sociedad, las organizaciones, las empresas, las familias, las relaciones sociales y el arte, entre otras cosas.

A las organizaciones se les exige transparencia sin que seamos conscientes de que la falta de límite de esta reivindicación se vuelve contra nosotros y contra la propia organización. La transparencia, en primer lugar, es imposible en sí misma: nos acerca a una determinada realidad, no a la verdad, de modo que las respuestas al final de la transparencia defraudan. En segundo lugar, nadie es transparente a sí mismo. Si conociera todo de mí desaparecería esa conversación ininterrumpida que mantenemos cada uno con nosotros mismos durante toda la vida. En tercer lugar, las relaciones afectivas están sustentadas en el derecho a la privacidad, a lo no conocido. En cuarto lugar, la discreción es un elemento fundamental en la gestión de los negocios y en su eficiencia. En quinto lugar, acceder a toda la información en un clima de desconfianza no resuelve nada; en sexto lugar, la transparencia desbocada anula toda posibilidad de creatividad e innovación. En séptimo lugar, la política es incompatible con la total transparencia. En octavo lugar

Entiendo que cada una de las razones se puede apelar en base a un discurso instalado. No lo discuto. Sólo digo que el mismo nivel de transparencia que exigimos sea el mismo que estamos dispuestos a ofrecer.

Sometámonos entonces a la transparencia con todas sus consecuencias. Es decir, exijamos toda la transparencia que seamos capaces de proporcionar sobre nosotros. Apliquemos, así, la transparencia en el comportamiento profesional de cada empleado, apliquemos la transparencia en los intereses personales que nos empujan a una determinada actitud profesional, colguemos en el portal de transparencia nuestras incorrecciones, nuestras conversaciones informales, compartámoslas con el resto, saquemos a la luz las trampillas del día a día, las infamias que alimentamos, los odios que procesamos a quienes dirigen la empresa, hagamos públicas las conversaciones de pasillo, los enredos sindicales. En las empresas hay personas expertas en generar desconfianza hacia la dirección, en tratar por todos los medios de que las buenas intenciones y las buenas actuaciones sean malinterpretadas y anuladas, pues no vaya a ser que las cosas salgan bien y se les acabe el chollo.

La transparencia nace de un fracaso, en concreto del fracaso de una sociedad que trató de erigirse en la confianza, y esto no deberíamos olvidarlo. Pero una sociedad de la transparencia es la derrota de una sociedad de la confianza. De todos modos yo todavía aspiro a ello, a reconstruir la confianza desde las ruinas y valerme sólo un poco de la transparencia, pero un poco. De todos modos, me da que cada vez estoy más sólo en este propósito. Todos han comprado entrada para el festival de la transparencia, y yo me quedo sólo en un bar solitario y lúgubre donde actúa la confianza.

Como ocurre en el título de este artículo, no necesitas verlo todo para ver.

Posdata: si tienen interés en profundizar, lean el libro “La sociedad de la transparencia”, de Byung-Chul Han.