_MG_8449EDITADAEl aprendizaje es el doping de la evolución humana. Y siendo así, conviene proporcionar a este milagro del desarrollo un lugar destacado en las organizaciones.

Para ello, lo primero que se propone es distinguir formación de aprendizaje. Poco tienen que ver. El aprendizaje es mucho más que la formación. Al aprendizaje no le gusta que le digan cuándo aprender y qué, cuándo activarse y ponerse en marcha, cuándo, cómo y porqué traer algo nuevo a uno. El aprendizaje tiene un punto irredento, salvaje, instintivo, difícil de domar. Si lo que otros preparan para nosotros bajo el formato de formación fuera suficiente estaríamos en el principio del fin de la supervivencia del ser humano. O al menos de una de sus características fundamentales: la fabricación de la novedad. El aprendizaje sumiso es el fin del aprendizaje.

Algunas paradojas ayudan a entender la maravilla de este proceso: no siempre sabe uno cuándo va a aprender, y mucho menos lo que será aprendido, el aprendizaje es un fan de los escenarios inciertos, de los dilemas, al aprendizaje le mola sorprender, se puede saber algo nuevo sin que ello suponga aprendizaje alguno, y puedo aprender sin saber que lo he hecho. Son muchas las sorpresas que a uno le aguardan al dejar al aprendizaje vivir en libertad, y la mayoría positivas. Este es el aprendizaje que las organizaciones deben de considerar, fomentar y favorecer: aprender sin saberlo lo que sin saberlo nos hace mejores.

Reivindico finalmente la actitud aprendedora, un concepto poso usado, casi mendicante, y que, sin embargo, lo considero el antecesor y catalizador de la cultura emprendedora que tanto se reclama en esta tecnológica, global y acelerada sociedad.