IMG-20160131-WA0005Liderazgo. Hay un embrujo con esta palabra como la hubo en su momento con el nacionalsocialismo. Parece el salvador y precursor de una nueva era: la superioridad racial del líder.

No me refiero al hecho inevitable de la existencia de una jerarquía en las empresas, pues es parte fundamental de su naturaleza y de su éxito, sino a darle a este concepto tintes aristocráticos. Ni siquiera pretendo disminuir su importancia, simplemente amortiguar su predominio.

En cualquier encuentro profesional, hablar de liderazgo, y hacerlo en los términos correctos y esperados, es decir, dejando caer que sabes del tema, que aceptas su influjo, que manejas un par de metodologías de liderazgo y que pronuncias casi del todo bien los apellidos de un par de gurús de relumbrón, te distingue y te integra al mismo tiempo. Si hablas de liderazgo se te tiene en cuenta y te da licencia para que se te tome en serio.

IMG-20160131-WA0005Pero si en vez de liderazgo hablas del liderado, todos te responden aturdidos “¿lidequé? Y tienes que repetir la palabrita con un cierto pudor y como pidiendo perdón.

El liderado, la masa de personas que van a protagonizar el éxito real de las organizaciones, es una palabra feísima y nunca invitada a los actos oficiales, ni una sola mención en los Power Point ni en las conversaciones formales. Ni rastro del liderado. No hay una sola teoría sobre el liderado, ninguna formación centrada en la acción del liderado como sujeto propio, individual e independiente de las andanzas del líder (sobre todo si éste es nefasto).

En mi obra «LAS MALAS COMPAÑÍAS; Experiencias de (des)aprendizaje en las (des)organizaciones, propongo una idea de lo que para mí es el liderazgo. He aquí un extracto: «Líderes, lo que yo llamo líderes, es decir, personas sin otra ambición que restaurar en cada liderado la capacidad de pensar y obrar por sí mismos liderándose y asumiendo las consecuencias de su estilo, líderes que anhelan hondamente dejar de serlo como colofón a un trabajo de reanimación de la capacidad de pensar, crear y actuar con criterio propio de las personas comandadas, como digo, líderes así son muy escasos, habitualmente anónimos y casi siempre irrepetibles.

Estos líderes ni se sienten llamados por voz alguna ni acumulan sueños de grandeza ni les dijeron en rimbombantes masters que han sido elegidos para comandar negocios de alto standing… Se dedican a aprender enseñando y a trasladar todo su saber hasta vaciarse por dentro. Y todo para que, lo transmitido, sea superado y mejorado a las primeras de cambio por quienes estuvieron bajo su responsabilidad.

Sin embargo, y supongo que empujado por el influjo de la fama y la repercusión propias de la globalización, el liderazgo está adquiriendo tintes de exhibicionista que busca el estrellato, la resonancia, el aplauso, dejando entrever tics megalómanos al concentrar su satisfacción en la certeza consciente de saberse vitoreado. El empacho y sobrealimentación que padece esta palabra puede ser una de las razones por las que pareciera que todo lo que contiene en su interior quisiera brotar e irrumpir en el escenario público como Mariscal Jefe del futuro. Liderar ya es un objetivo en sí mismo. El liderazgo se ha convertido en líder de audiencia».

Como ya he señalado en alguno de mis post, es un error seguir utilizando una misma palabra, liderazgo, para hablar de cosas tan distintas, y es hora que tomemos nota de los esquimales, que disponen de cientos de palabras diferentes para nombrar los diferentes tipos de hielo, aspecto clave en su superviviencia.