hacerse cargo1Hay ocasiones que me tienta restar importancia a los fenómenos de recursos humanos que describo en mis artículos. Tanto lío para nada. Estamos hablando de economía, así que qué pintan aquí palabros como liderazgo, cultura, rendimiento, etc. Total, todo es cuestión de hilar fino los números, aguardar a que los factores externos nos sean propicios, aprovechar las oportunidades y dejar que las cosas vayan adelante bajo el mando de la rutina.

Pero una vez que consigo controlar la tentación de tirar por la ventana mis descabelladas ideas sobre los sucesos humanos que infectan el devenir de las organizaciones, y de disparar a bocajarro sobre la medular de mi enfoque, resurge de las cenizas una nueva y renovada convicción por el impacto objetivo y real de los sucesos humanos en el devenir de la organización.

Al fin y al cabo hablamos de cosas que ocurren tan cerca y tan adentro de las organizaciones y de uno mismo, y que determinan la manera en que incidimos con ellas en el entorno y en el resultado alcanzado, que no pueden dejarse a remojo como si no fuera con nosotros o colgarlas en la pared como cuadros sin fuste. Cuando hablamos de liderazgo, gestión, responsabilidad, comunicación, etc. hablamos de cosas tan de uno que entran ganas de ahuyentarlas como si fueran moscardones que nos acechan y que corremos el peligro de que si las cosas no se dan como se espera comience todo el mundo a mirarte mal porque las moscas normalmente merodean lo que todos sabemos que merodean. Y la cara de tonto que se te queda se puede disimular con más o menos pericia y rapidez en función del rol que ocupes y de la facilidad que tengas de lanzar a los demás ese manjar para moscardones.

El hecho de que los asuntos del comportamiento humano en las empresas ocurran tan cerca de cada cual significa, por un lado, que podemos estar en la mira de los demás cuando los asuntos se tuercen, sí, pero al mismo tiempo significa que igual hasta tenemos capacidad de influir sobre ello. Todo lo que está cerca es más susceptible de ser modificado que aquello que viene de lejos, aunque tengamos la manía de trasladar la responsabilidad siempre fuera de uno, y cuanto más lejos, mejor: la crisis mundial, la globalización, las decisiones de estado, las de la alta dirección, la dirección de al lado o el bobo de mi jefe, pues también vale, porque la cosa es que la culpa nos aceche sin tocarnos, que como a alguien se le ocurra pensar que yo tengo algo que ver con los problemas, saco todo el arsenal de autodefensa y se armó la marimorena.

Buscar culpables fuera de uno es un anti depresivo que funciona en todos los ámbitos sociales, así que por qué no también en el ámbito profesional. Qué tranquilidad saber que la culpa de lo que ocurre es de otros. Si la energía que ponemos en buscar culpables la pusiéramos en buscar soluciones, cuánto mejor nos iría. Así que el primer consejo es seleccionar el punto de mira donde poner la energía, y éste no puede ser otro que uno mismo. Es evidente que lo de uno es más fácil de mover que lo del otro. Pero, paradojas de la vida, nos tienta más decir lo que el otro debe de modificar que andar modificando uno lo de uno.

Las ventajas de que cada uno se preocupe de mejorar lo propio son muchas: sólo tienes que poner el foco en una persona, en este caso en ti; lo que hay que arreglar te pertenece, es parte de tu arsenal y puedes influir si te lo propones; no tienes que remover el mundo entero para darle solución; generalmente es gratis o tremendamente barato; nos permite aprender y nos permite mejorar. ¡Toma ya! En definitiva, son todo beneficios una vez superas el maldito engorro de aceptar las cosas y, claro está, que cuentes con una empresa que no te fusile por ello. Y si son tantos los beneficios, qué andamos cada minuto sentando cátedra de cuáles son las cosas que los demás deben de cambiar mientras procuro no mover ni un pelo mío.

Hay gente que cree que autocrítica significa criticar mientras van en coche, y así no hay manera de mejorar. Y este error se da en todos los niveles de la organización. Así que mi propuesta es que a quienes actúan así los metamos en miles de coches y les dejemos arreglando el mundo dentro de esos vehículos en un viaje de ida al país de los quejicas.