aburrimientoCorreo anónimo recibido en mi buzón.

Estimado Pello. Sigo con atención su columna dominical del periódico. A veces no entiendo a la primera sus artículos pero en una segunda lectura me hago con ellos y me dejan un buen sabor de boca. Y viendo su manera de entender las empresas, quiero compartirle una anécdota vivida por mí por si pudiera darme algún consejo.

Hace unas semanas me llegó una invitación a una Jornada muy interesante: “El liderazgo 2.0”. Los ponentes prometen. Conozco a uno, Trabajé con él. ¡Pedazo de líder!, dicen. No me quiero perder palabra de sus discursos. El auditorio va a rendirse ante su embrujo, dicen. Erótica del poder. Liderazgo pata negra.

Tomo asiento en fila tres. ¡Ahí está él! ¡Qué elegante! ¡Qué saber estar! Me ve. Me guiña el ojo. Giro la cabeza para que la audiencia me envidie. Todos me miran. Disimulan. Silencio. Empieza.

Los tres ponentes hablan de lo mismo a su estilo: que si el liderazgo para el éxito, que si los valores, que si  la importancia de las personas, que si la audacia, que si la innovación, que si la resiliencia, que si el talento… En fin, nada nuevo.

Las intervenciones llegan a su fin. Se abre el turno de preguntas. Alzo la mano y me acercan un micrófono.

— Señor X. He seguido muy atentamente su intervención y tengo algunas preguntas que nadie como usted las puede responder.

— Me puedes tutear, hombre, Z. Nos conocemos de siempre, hombre – aclara.

— No, gracias.

Conozco ese gesto que surge en su cara tras mi negativa. Ya tiene ganas de mandar, de sacar a la luz su furia pero no puede. Demasiados testigos.

— ¿Qué hace usted ahí sentado después de manipular información financiera de millones de euros?

— ¿Qué hace usted ahí después de confundir, en una reunión con todos los empleados, el porcentaje que faltaba para alcanzar el objetivo del negocio con el que le faltaba para cobrar su propio bono?

— ¿Qué se siente al haber convertido la supuesta estrategia de negocio en esa visión a largo plazo que caduca cada día volviendo loca a toda la plantilla?

— ¿Qué opinión le merece saber que el éxito en las reuniones con usted se basaba en salir vivo de ahí?

— ¿Qué hay que tener, o qué no hay que tener, para sentirse con autoridad para hablar de liderazgo?

— ¿Hasta qué punto es cierto que…

Me han expulsado de la sala sin completar las preguntas ni recibir respuestas. Y yo me pregunto. ¿Qué hice mal? Atentamente, Z.

Ésta ha sido mi respuesta al anónimo:

Gracias por compartir su anécdota, Z. Es evidente el motivo de su asistencia al evento. Y ya que me pide un consejo, se lo daré: No vaya a esas charlas. O al menos elija muy bien a dónde va y para qué. Hay directivos que hablan de su experiencia, pero sólo cuentan lo que nunca hicieron. El liderazgo de algunos ensombrece la encomiable labor de muchas de esas personas directivas que se rompen el lomo y que tienen como objetivo el desarrollo de la organización, de los empleados y de la sociedad en la que operan. Y sobre todo no pretenda con su intervención desmontar el tinglado de algunas personas y organizaciones. El tiempo las pone en su lugar, aunque me temo que a veces tarde demasiado en hacerlo. Y aprovecho para contarle yo también una anécdota. Una vez mi hija me pregunto si “lobby” era una palabra que habla del amor. Le aclaré que una cosa es lobby y otra loving por mucho que suenen parecido. Ya ve, lo mismo pasa con la palabra liderar: suena tan bien que a veces creemos que todos los líderes son lo mismo. Y no.

Le invito a un café cuando quiera y charlamos. P.