fiesta¡La empresa, hábitat natural de las responsabilidades, se complace en invitar a sus profesionales al espectáculo del quehacer!

Una persona está en una empresa para hacer algo; si no fuera así, estaríamos ante un ñoqui, que es como se llama en Argentina al empleado público que sólo aparece a fin de mes para cobrar (Se calcula que en aquel país hay cerca de dos millones de ñoquis).

Convengamos entonces que la gente acude al trabajo y es contratada para algo. Ese algo se puede medir como se puede medir el espacio, la velocidad o el tiempo, es decir, hay una unidad de medida del quehacer profesional.

Atendiendo a lo aglutinador del término, tenemos la Misión, que es como la unidad madre que abarca y dota de sentido al quehacer de un empleado. Dentro de esa unidad de medida se condensa su trabajo. Al ser una medida gigantesca, la trocearemos en la siguiente unidad, la de las Responsabilidades, que no son sino una serie de no más de diez frases genéricas y relativamente estables en el tiempo que Identifican las contribuciones clave de una persona en una organización, y que contienen tres elementos: qué hay que hacer, o lo que se llamaría función; para qué hay que hacerlo, o finalidad; y cómo hay que hacerlo, o marco de actuación.

A la responsabilidad le sigue la Función, unidad de medida estrella debido a la influencia del método de organización y distribución del trabajo en entornos industrializados, y obsesionada en el qué, lo que la convierte en una medida escasa y pobre si se abusa de ella, pues no vincula acción con finalidad, ni con marco de actuación, de modo que puede estar uno haciendo las cosas sin saber ni cómo ni por qué, y esto no suena ni efectivo ni movilizador.

Un peldaño más abajo en la escala de despiece del flujo de trabajo encontramos la Tarea, que contiene acciones recurrentes, limitadas, interdependientes y concatenadas, y que son de tipo fundamentalmente físico, aunque las hay aparentemente intelectuales, pero no las considero así porque se espera que se use el cerebro, no la inteligencia, y no es lo mismo. En esta magnitud el control arrecia: haz esto, sigue con esto otro, después aquello, más tarde lo de allá y luego lo de acullá. La tarea es la materia prima con la que han sido construidos los puestos de trabajo en las empresas necesitadas de mano de obra, de fuerza bruta, y se trasladó esta técnica de desmenuzamiento a todo tipo de organización y a todos los niveles, lo que ha hecho que muchas empresas no hayan aguantado la presión de una realidad transformada.

Cuanta menos inteligencia queremos que la persona ponga en el trabajo, más troceamos su flujo y nos hacemos maniáticos del detalle. El último peldaño del desguace del quehacer nos lleva al micro mundo de la Actividad, unidad de medida liliputiense que permite trocear la tarea hasta extremos indignantes: haz esto así y así, luego esto otro de esta manera, luego sigue con aquello de este lado de este modo….

Una guía japonesa explicaba en sus páginas al turista que visita Atenas los pasos para entrar a un banco: primero abra la puerta, luego entre, posteriormente ciérrela… Imagino tres posibles situaciones: una, que la guía hubiera ordenado mal los pasos; dos, que en el momento de cerrar la puerta una persona esté a punto de salir; y tres, que al abrir haya un atracador dentro. Resultado: en la primera, entraría antes de abrir la puerta (rotura de cristales), en la segunda se llevaría a la persona por delante (daños y perjuicios) y en la tercera abriría la puerta, entraría y la cerraría (herido por arma de fuego con orificio de salida en el pecho). Trasladar a un empleado su quehacer en formato tan fragmentado es negarle por completo la inteligencia y el resto de atributos positivos propios de una persona.

Para evitar ineficiencias, conviene utilizar cada una de las unidades del quehacer en aquello para la que están más capacitadas: la Misión, para los planes de acogida; la Función, para la ISO; la Tarea, para el procedimiento; la Actividad, para la ingeniería de procesos; y la Responsabilidad, para las personas. El traje a medida de un ser inteligente es aquel que resume su contribución en no más de diez frases claras, sencillas y completas, con espíritu de permanencia y abiertas a albergar en su seno funciones, tareas y actividades diferentes siempre que no alteren su naturaleza y esencia.

(Extracto del libro LAS MALAS COMPAÑÍAS, del autor. Febrero 2016)