columpioAbordar la realidad de la productividad y el mercado laboral es un ejercicio de alto riesgo que la famosa marca de bebidas energizantes debiera patrocinar.

Sobre todo cuando te animas a hacerlo llevado por un prejuicio que siempre me ha acompañado: la persistencia de un tema en las conversaciones informales de la gente corriente es la señal más segura de que el asunto no ha sido todavía resuelto, de modo que el chismorreo cotidiano es más fiable que el big data, esa flota de datos que viene a inundarlo todo para después no saber uno qué hacer con tanto numerito.

Con los efectos de la bebida energizante se me ha ocurrido abordar la cuestión de un modo aparentemente cándido: hablaré de productividad y mercado laboral refiriéndome a columpios y parques infantiles. Imaginemos, así, un parque infantil que cuenta, entre otros entretenimientos, con tres columpios en los que tres personitas se columpian en circunstancias diferentes.

La primera personita se ganó el derecho al columpio por oposición. Es suyo y sólo se lo pueden arrebatar a cambio de, pongamos, un tobogán o un columpio en otro parque. Puede poner su nombre en el asiento y sabe que nadie se lo va a tocar mientras esté ausente. Entre todos los ciudadanos empujamos el columpio, no necesita ni siquiera realizar el primer impulso con sus propios pies. Se lo ha ganado: para eso estudió la oposición a ocupante de columpio. Ahora es cuestión de sentarse en él y realizar las tareas propias de un ocupante de columpio hasta su jubilación. Tampoco es necesario que lo haga bien, que mejore, que se esfuerce o que innove. Eso queda en manos de cada ocupante de columpio, aunque la política de parques infantiles públicos está organizada de tal modo que todo esfuerzo, mejora o iniciativa remite y desaparece con el tiempo por su inutilidad y carácter sospechoso, pues no está del todo bien visto mostrar diferencias sustanciales en el arte del balanceo. Con montarse y dejarse llevar, suficiente.

Una segunda personita acaba de ganarse un puesto en el columpio de al lado, que es propiedad de una empresa privada de columpios. Le dejan columpiarse un tiempo y, luego, ya veremos. No le resulta fácil saber cuánto durará esto de montarse en el columpio pero, eso sí, se esfuerza en hacerlo bien, mejorar y aprender creyendo que así podrá seguir montando en él. Tiene compañeros que pareciera que el columpio es de ellos para siempre. De éstos, cada vez quedan menos. Algunos colegas de otros parques infantiles privados han tenido peor suerte y se quedan sin columpio porque se trasladan a otro país donde es más barato montar gente en los columpios.

Una tercera personita acaba de idear un nuevo columpio junto a los dos anteriores. Lo ha hecho sin otra ayuda que su deseo de columpiarse y su vocación por las atracciones infantiles. Sabe que tendrá que buscar fondos que sufraguen la inversión, personas que estén dispuestas a acompañarle en el primer empujón y conseguir recursos con su movimiento. La supervivencia de su invento dependerá de lo bien que se impulse con los pies, de la constancia en el movimiento de su cuerpo, de la destreza para mejorar la coreografía con piruetas y cabriolas cada vez más arriesgadas y de su capacidad para generar un servicio con tanto vaivén. Si deja de impulsar con su cuerpo, se para. Por eso ha transformado el columpio en un sistema de generación de energía eólica a través del movimiento que él mismo imprime. Y todo, o casi todo, lo ha hecho solo, sin otra compañía que la advertencia de Hacienda de estar al corriente de sus obligaciones.

El del segundo columpio también genera energía pero nunca se sabe cuándo el dueño decidirá cambiar de aires. Y en el primer columpio, sin embargo, la personita sigue columpiándose sin necesidad de generar de manera rentable energía alguna.

Lo que saco en claro de mi análisis de parques infantiles es que si no ayudamos a la personita emprendedora de columpios eólicos, será la propia ciudad, dueña de los terrenos, la que obliga a esta tercera personita a dos opciones: o a cancelar su columpio o a irse a un lugar donde pegue el viento a su favor.

Las tres personitas tienen motivos de queja, pero no son de la misma enjundia, pues no es lo mismo un rasguño que un corte o que una herida. Y si todo sigue igual, sólo nos quedará el primer columpio sin nadie para empujarlo; Eso sí, con el titular del columpio implorando que lo sigan columpiando, según nos informan cada día, y a todo color, en las portadas de los diarios.