librería2Ayer, 23 de abril, los libros se agolparon en las plazas de muchas ciudades. Una vez al año los sacamos a pasear y procuramos que el sol de la mañana no los ciegue. No les ponemos correa, no les pedimos que nos den la patita. Algunos están tumbados boca arriba luciendo título y autor. Otros, enhiestos, mantienen el equilibrio aprovechando el peso de los libros contiguos.

Sólo esperan. Esperan a que alguien los saque de su letargo, abra sus páginas y las palabras cobren vida en el interior remoto del lector ocasional que lo acuna con las manos sintiendo en su palma el ronroneo.

Debo a los libros mucho de lo aprendido acerca de las empresas y de las personas que las inundan. Sin ellos mi aportación sería escasa e insípida. No quiero con esto invitar a leer libros sobre empresas, ni manuales de autoayuda, ni mucho menos una guía de trucos para ser mejor empleado. Lo que quisiera es invitar al lector a que se aleje de la tentación de la lógica y que ponga en marcha la capacidad de ligar realidades ajenas e inconexas. Y para aclarar mi recomendación, qué mejor que algunos ejemplos que, eso sí, sólo son aplicables a mi propia experiencia vital. Y cada uno tiene la suya.

librería3“A modo de Esperanza” de José Ángel Valente es imprescindible para poder penetrar en asuntos que requieren minuciosidad y sencillez al mismo tiempo. Arthur Rimbaud nos ilustra acerca de la importancia de dar al empleado espacio para la creatividad y para trascender toda lógica aparente. Si les cuesta entender sus poemas, contraten como consultora a mi amatxo que, con sus 80 años, les dejará con la boca abierta. “Rayuela”, de Julio Cortázar, es el alimento ideal para un ingeniero valeroso. “El discurso de la servidumbre voluntaria”, escrito en el siglo XVI por un desconocido Etienne de la Boétie, arredra a las personas a emprender. Hermann Hess nos habla de la empatía sin mencionarla. Bolaño ayuda a sumergirse en la realidad con el alma al cuello. Miguel Sánchez Ostiz desenmascara la infamia de algunas empresas y empleados. Kavafis imprime pasión en trabajos rutinarios. Pessoa pone las cartas sobre la mesa. Bernardo Atxaga ve lo que otros no. Emilio Lledó pone el lenguaje empresarial patas arriba. “La sociedad de la transparencia”, de Byung-Chul Han, nos enseña a darnos cuenta que somos responsables del modelo de sociedad que criticamos. “Elogio y refutación del ingenio” de José Antonio Marina atempera las bondades de las startup…

Las organizaciones deberían establecer anualmente El día del Libro en las empresas como homenaje al valor que aporta la lectura autodidacta al éxito de sus negocios. Y ese día hablen de literatura, de poesía, reciten, compartan. Elijan los espacios de trabajo donde leer en alto, sobre la máquina plegadora, bajo la mesa, junto a las aspas del molino de viento, en la zona del café, en los pasillos, en el directorio. Dejen un libro en el escritorio del colega, den ese día un respiro a las reuniones y comenten cinco minutos un buen libro. Incluso escriban alguna frase en las paredes; Por ejemplo “Esto no puede ser: cada uno va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío”. Dejen a un lado las tecnologías de la información  y comuníquense al menos una vez al año.

Y luego vuelvan a los números, a la actividad, a la rutina, a segmentar el mercado, mejorar la producción, solventar incidencias, conseguir ventas, preparar presentaciones y descubrirán que tras la resaca del día del libro las cosas fluyen de otra manera.

A partir de mañana los libros volverán a las librerías, y yo con ellos. Y si las librerías son fábricas de libres, no nos equivoquemos: el libro es sólo la materia prima. El producto, cada uno de nosotros.