IMG-20151204-WA0016El liderazgo se ha convertido en líder de audiencia. El verbo liderar contiene versiones de ida y vuelta, modalidades diferentes e incompatibles entre sí en función de la chispa que avive el fuego del liderazgo, puesto que no es lo mismo encenderlo con las ascuas de la multitud que lanzar a ésta a las brasas para avivarlo, y no da igual si quien comanda lo hace acuciado por los anhelos del gentío o más bien para inocular a la masa los propios. ¿Cuál es la dirección del viento que azuza el liderazgo? ¿Va de la gente al líder o del líder a la gente? Y todo ello hace sospechar que la esencia de lo que se lidera no son las personas, sino el propósito que las exhorta. No se lideran personas, sino a través de ellas. Y lo que se lidera es el número a través de la gente como un virus que guía el camino hacia el lugar donde se halla el resultado que otorga la vida eterna a las organizaciones.

Si cualquier manazas es considerado artista, si cualquier boquirrubio pasa por político de altura, si un SMS birlado te convierte en periodista de investigación, ¿qué se puede esperar de alguien a quien por el simple hecho de tener gente a su cargo, pongamos un equipo de electricistas, le taladran los oídos para que acepte su liderazgo a lo Mandela, o que sea él mismo quien se aúpe al púlpito como el mesías del team de los chispas? El liderazgo se ha convertido en la desembocadura triunfal y catártica de toda terminología relacionada con hacer y conseguir cosas a través de otros y que, al resultar muchos de esos conceptos sospechosos y malsonantes, uno intenta guarecerse bajo el hechizo de esta maravilla del birlibirloque que empieza por la “l” de loar.

Es, el verbo liderar, uno de los verbos más insaciables conocido jamás y experto en fagocitosis semántica hasta rayar el canibalismo verbal. Afortunadamente, conceptos como liderarismo y liderarse irán protagonizando el devenir de las organizaciones, inmersas ya en un futuro que las inunda y las supera.