Una organización sin palabras, más que silencio, inspira desahucio. En las organizaciones, las palabras lo atestan todo. Cuando el lenguaje abruma, la empresa se tambalea; cuando es confuso, se desdobla; cuando escasea, enmudece; pero cuando se usa con tino, da gusto verla caminar.

_MG_8692Las empresas cuentan con su propio bocabulario organizacional, es decir, el bulario que inunda la boca de los profesionales y con la que elaboran su diccionario empresa-español, español-empresa, que entra en conflicto con el que cada persona va elaborando desde el nacimiento y que lo mantiene a buen recaudo en el bolsillo lateral del inconsciente. Conflicto que arrecia, sobre todo, al confrontar la semántica de las palabras más cercanas a la mismidad, como el talento, el liderazgo, el compromiso…, de modo que la comunicación interpersonal se torna confusa aunque alardee de cabal. Los malentendidos generados por una diferente comprensión de la terminología de la empresa en sus diferentes áreas por parte de los empleados generan ineficiencias, desvíos respecto al objetivo, entropía a raudales. Cada empresa cuenta con su guía Michelin, y no hay dos iguales.

Las recomendaciones que se proponen en este bloque ordenan el colapso verbal, el caos circulatorio originado por la ausencia de un código de circulación verbal en las organizaciones. También propone trasladar a un formato de plan la realidad comunicacional. El resultado es paradójico y desasosegante, pero transcurridos unos minutos y superado el sofoco inicial, sirve de base para comenzar a ordenar la lingüística de la empresa y, en consecuencia, su bullicio y actividad.

Como colofón, se propone una sencilla manera de calcular los estragos del rumor en una organización, descubrir el coste de las habladurías propiciadas por una inadecuada configuración de la comunicación, que presume de estratégica pero que se torna ñoña y desordenada.